Nuestro proceso educativo implica un esfuerzo permanente de ir transcendiendo las fronteras mentales que generan separaciones artificiales en las relaciones humanas. Y así como vamos intentando ir desdibujando esa separación entre quienes prestamos un servicio y quienes lo recibimos, de igual manera vamos derrumbando esas paredes que se levantan entre ser productor y ser consumidor.

Según la lógica economicista de nuestra formación cultural, en este caso, los intereses se encuentran contrapuestos. Sería imposible reconciliarlos y poder construir acuerdos consensuales sobre un precio justo en el intercambio. De manera que la manera más eficiente de relacionarnos sería con base a las leyes del mercado.

Pero resulta que todos los seres humanos respondemos a las mismas necesidades.

En la red de Cecosesola, nos encontramos productores y los integrantes de los mercados cooperativos profundizando relaciones de una familia extendida que no tiene límites. Intentamos entre todos y todas ir resolviendo nuestras necesidades, muchas (quizás la mayoría) de las cuales no se resuelven por la vía económica.

Y para ir siendo familia vamos profundizando nuestro proceso educativo, que no es más que ir construyendo relaciones de confianza basadas en la transparencia, el respeto, la responsabilidad, la equidad y la solidaridad.

De manera que entre el campo y la ciudad vamos consensuando el precio justo de los bienes producidos en la red. Los acuerdos son de palabra. No existe una supervisión de su cumplimiento. Se trata de honrar la palabra empeñada y cuando no se honra, se abre una tremenda oportunidad educativa para la reflexión, para revisarnos personal y colectivamente, para precisar el daño que le hacemos a la confianza tan necesaria para ir construyendo esa familia extendida que anhelamos. Hace unos años un campesino lo ponía en estos términos. “es que nosotros hacemos de la mierda, abono.”

Si bien, en casos fragrantes, se pueden acordar consensualmente alguna medida disciplinaria, lo fundamental es la reflexión que se genera. Y es que para poder funcionar en libertad, sin líneas de mando, basados en el valor de la palabra, es fundamental ir profundizando nuestro proceso educativo que propicia la transparencia en relaciones de respeto, responsabilidad, equidad y solidaridad. Un proceso educativo que se nutre, a su vez, justamente de esa libertad en una relación circular: Las relaciones que vamos construyendo con base a la reflexión sobre el quehacer diario van facilitando la posibilidad de actuar sin líneas de mando y normas burocráticas. Al mismo tiempo, esa libertad que vamos posibilitando permite conocernos personalmente, así como colectivamente y por lo cual, es fundamental para ir profundizando, en la reflexión, nuestro proceso transformador.