Cuando hablamos de violencia contra la mujer y feminicidios lo vemos como algo muy  lejano. Algo que aparece en las páginas rojas de los periódicos o en  las noticias que circulan en las redes.

Pareciera que es algo que no tiene que ver con nosotros. Pero estamos equivocados. Recientemente vimos de cerca la cara a la violencia familiar. La violencia contra una compañera. Despedimos de este mundo a quien su pareja oprimía su amor propio.  Y lo más imperdonable es que no pudimos escuchar el ruido de sus cadenas,  no pudimos preveerla  del desenlace final.   Un homicidio y un suicidio y dos familias destrozados.

La situación de violencia en el hogar se vive a escondidas. No se socializa.  Y esa es parte de la tragedia. El problema no se conversa. Y resulta que es mucho más común de lo que pensamos.

Conversando con Angélica Freites, psicóloga  de la Asociación Larense de Planificación Familiar (ALAPLAF) nos dice: la primera tarea que tenemos  es hacer visible la situación de violencia contra la mujer. Puede comenzar por las humillaciones, el chantaje emocional, el control por el dinero, las prohibiciones: no te pongas esa ropa, no recibas llamadas, no trabajes fuera del hogar, etc. Esas formas sutiles de violencia van socavando la vida emocional de la víctima. Van acabando con su autoestima y la van inhabilitando para buscar ayuda oportuna. Luego pueden terminar en un asesinato. Según cifras extraoficiales durante el año 2019 hubo en Venezuela 167 feminicidios.  Este año, sólo en los primeros seis meses,  van 130 feminicidios.

Amnistía Internacional utiliza la imagen de un Iceberg de la violencia de género. Una pequeña punta que sobresale del agua representa los asesinatos y violaciones que sí trascienden a la opinión pública. Pero la base de ese iceberg, inmensa y profunda,  son los demás tipos de violencia machista. De esos no hablamos. Porque son sutiles y se han vuelto “naturales”. La práctica de estas relaciones de dominación hombre/mujer no nos producen ruido. Pareciera que nos hemos acostumbrado a ellas.

A raíz de esta dolorosa situación que nos ha tocado como organización, hemos empezado a conversar intencionalmente sobre el tema. A crear espacios de confianza donde tanto hombres como mujeres nos sintamos en libertad de exponer al compañero o compañera más cercana lo que estamos viviendo o lo que estamos presenciando. Conversarlo y buscar ayuda. Actuar. Porque como Cecosesola, nuestro proceso de transformación abarca la construcción de relaciones de respeto en todos los espacios: el hogar, el vecindario, nuestra organización y el mundo entero.

 

 

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