Estamos sumergidos en un proceso educativo que se desarrolla en el marco de las actividades que emprendemos. Se trata de la reflexión permanente sobre las cualidades de nuestras relaciones en el quehacer diario. Se trata de un compromiso de ir mucho más allá de una experiencia circunscrita a las personas que estamos dentro de una determinada actividad. Por lo cual, es fundamental que lo que hagamos propicie la participación y la incorporación de todas las personas que entren en contacto, evitando una relación clientelar, esa relación de utilización mutua entre una empresa y sus clientes.

En los años setenta, el servicio cooperativo de transporte nos facilitó compartir nuestro incipiente proceso con muchas de las miles de personas que utilizábamos los buses. En asambleas en los barrios se definían las rutas. Se generó una multitudinaria participación en pro de mantener el precio del pasaje. Desde un comienzo se intentó desdibujar la relación clientelar.

De igual manera, nuestros mercados cooperativos constituyen un maravilloso espacio de encuentro para ir desarrollando nuestro proceso transformador, no solo con los que generamos el servicio, sino además, con cientos de productores y productoras agrícolas, con las unidades de producción integradas en la red y con los que hacemos nuestras compras allí.

En nuestros servicios de salud se nos abre la posibilidad de ir germinando nuestro proceso con los profesionales de la salud e ir trascendiendo ese rol del paciente que espera pasivamente para que lo curen sin hacerse responsable de su propio bienestar.

De manera que antes de emprender cualquier actividad, es importante analizar con profundidad si esta abre la posibilidad para profundizar e irradiar nuestro proceso, o contrariamente, si más bien puede ser contradictoria con nuestra intención de ir fomentando la participación, construyendo relaciones de transparencia, responsabilidad, equidad y solidaridad.

Con base a esta reflexión, en la década de los 90 devolvimos un dinero facilitado por el gobierno nacional para pequeños emprendimiento. Nos pretendían obligar a dar créditos a micro empresarios en una relación clientelar como cualquier agencia gubernamental. En otra ocasión nos negamos a recibir un aporte millonario del gobierno regional que pretendía comprometernos con sus programas sociales, de nuevo de corte clientelar. Otras cooperativas, que vieron este financiamiento como una oportunidad para su desarrollo, les pareció absurdo no aprovecharlo. Como consecuencia, terminaron entrando en un proceso de decadencia.

De manera que seleccionar una nueva actividad no puede ser solamente porque responde a una necesidad o por los ingresos que genera. La clave se encuentra en precisar si facilita o sí más bien perjudica nuestra intención de ir profundizando y compartiendo nuestro proceso.