En Venezuela se va acrecentando una cultura del aprovechamiento individualista con el menor esfuerzo. Hoy en día acusamos niveles de corrupción quizás nunca vividos en algún país latinoamericano. Según los resultados de las encuestas que efectuó Transparencia Internacional en el año 2020, Venezuela se situó en el puesto 176 entre 180 países en cuanto a la percepción de la corrupción, solo superada por un puñado de países africanos. Es más, el 87% de los encuestados opinaron que la corrupción había aumentado durante los últimos 12 meses y para el año en curso, los pronósticos son reservados.

Los ejemplos de facilismo y aprovechamiento sin respeto al otro se evidencian a diario en todos los estratos sociales. Y nuestro proceso educativo, de ir profundizando relaciones transparentes de responsabilidad, equidad y solidaridad se encuentra amenazado por un entorno hostil a su desarrollo, por la creciente presión social hacia este tipo de conducta que cada vez más se ve como la aceptada y frecuentemente celebrada, por la creciente desconfianza que se genera.

Como consecuencia, esa libertad, de decidir y actuar sin líneas de mando y controles previos tan necesarias para profundizar nuestro proceso, se encuentra en peligro de extinción. Por ejemplo, ante este ambiente nos pudiésemos sentir tentados a establecer controles previos y líneas de mando que coarten esa libertad, castrando nuestro proceso transformador.

De manera que continuamos nutriendo esa libertad con base a conversar sobre lo que ocurre tanto en el país como en nuestras actividades. Como siempre hemos hecho, cada comportamiento de aprovechamiento individualista o facilismo se convierte, en la reflexión, en una oportunidad para profundizar nuestro proceso, para acicatear relaciones de respeto, transparencia, responsabilidad, equidad y solidaridad y así construir la confianza necesaria para continuar funcionando sin líneas de mando y controles burocráticos.